Un aplauso para el asador

Por la tarde, el encierro haría efecto sobre Pablo, uno de los participantes que más energía entrega en la casa y a quien se lo suele ver contento, haciendo bromas con el resto. El bailarín del grupo estuvo a punto de llorar. Sus compañeros de cuarto trataron de alentarlo, aunque no tuvieron mucho éxito. “Es mejor que llorés, así te deshaogás. Pensá que la gente que te quiere está afuera mirando”, le dijo Gustavo. El bailarín contestó: “Por eso mismo no quiero llorar”.

La noche haría festejar a todos los habitantes de la Casa de Gran Hermano, tras cumplir una de las instancias de la prueba de esta semana: dar una clase sobre el 25 de mayo de 1810 con éxito.

Luego de que Gran Hermano anunciara que habían cumplido parcialmente y que el premio -por esta vez- sería cigarrillos, los participantes no se mostraron muy conformes con lo obtenido. Entonces fue cuando la ley de la casa prometió asado, cerveza, gaseosas y cigarrillos para todos si en menos de un minuto y medio todos se sacaban los uniformes de colegio que tenían puestos, los dejaban ordenados y colgados en perchas y se tiraban a la pileta. Todos cumplieron con lo requerido, aunque Ale, la primera en comenzar a desvestirse, fue la última en llegar al agua, justo sobre la hora.