Cada uno tiene sus armas de seducción. Y Pablo conoce las suyas mejor que nadie. Por eso, cada vez que suena algún acorde en la casa, pone manos a la obra, elige a su víctima y se dedica al juego que mejor conoce: el baile. En la madrugada del miércoles, con música brasileña de fondo, la elegida fue Alejandra, que disfrutó de las clases de Pablo mientras Silvina y Carolina la miraban con envidia. Después llegó la Lambada, excusa perfecta para que el bailarín demostrara sus habilidades. La cordobesa, entonces, giró de un lado al otro según las indicaciones de su partenaire, que aprovechó cada movimiento para acercarse más a ella.
Lo cierto es que los días pasan y la convivencia se torna más pesada. El ambiente distendido que se vivió en las primeras horas en la casa poco a poco se va enrareciendo. Al principio, Roberto y Gustavo realizaban gustosos las tareas de limpieza del establo. Pero después de dos semanas, la situación es diferente. “No es nuestra obligación darle de comer a la vaca”, le dijo Gustavo a Roberto en el desayuno. “Si no vamos nosotros se muere de hambre pobre bicho”, le respondió. Ambos concluyeron que son los únicos que se levantan temprano. Cuando Gran Hermano le pidió al dúo que despierte al resto, el “fierrero” reaccionó. “Tienen 30 años, que se levanten solos”.
“Hay cosas que no quisiera que me pasen…”, comenzó diciendo Alejandra, por la tarde, en el Confesionario, para en seguida aclarar cuál es su problema. “Es que me está empezando a importar uno de los chicos”, explicó. “Está re-complicado, y por eso no lo comenté con nadie… es Pablo”, reconoció. “A él no le creo ni la mitad de las cosas que dice, y además están Carolina y Silvi en el medio”, enumeró la cordobesa. “Yo quiero mantenerme al margen”, anunció al final. “No quiero meterme en líos”. El juego del bailarín tuvo éxito y veremos si la tercera es la vencida.
La prueba de la semana tiene preocupados a los chicos. Pero el más preocupado es Gustavo, y no tanto por no poder cumplir con la graciosa coreografía de danza clásica, sino por qué van a pensar sus amigos del barrio, al verlo con una pollerita de tul, calzas y zapatillas de baile. Durante todo el ensayo, la cara de Gus lo decía todo. “Cómo hago para volver a la esquina, con los pibes”, repetía. A las órdenes de Pablo, que parecía el experto en baile clásico, tuvo que ensayar por espacio de algunas horas, con toda la vestimenta que les entregó Gran Hermano.